Después de año y medio de separación física por la pandemia, una de mis mejores amigas y yo decidimos reunirnos un fin de semana a mediados de septiembre. Vivimos en provincias distintas y elegimos Guadalajara, la sierra del Ocejón y los Pueblos Negros para el encuentro. Una maravilla!

Cuando, tras más de treinta años, se siente viva una relación de amistad, es que es amistad con mayúsculas. No porque otras más recientes no lo sean sino porque con el paso de  los años, como los buenos vinos, cobra un cuerpo especial y todas las demás se nutren también de ella. Ha vivido ya con nosotras un proceso de vida y es un ser vivo” que camina a nuestro lado, estemos o no de cuerpo presente. Una relación de transformaciones y crecimiento, a veces más unidas, a veces menos, a veces expresando necesidad de distancia y silencio durante tiempo, pero siempre latiendo. Cuando algo así sucede, se puede hablar de diálogo y en él, ese Ser que bien podemos llamar Fraternidad, se expresa en una compresión que no exige, ni lamenta, ni anhela: es, ser y estar, una presencia reunida de paz y confianza, donde todo acontecer cobra la forma idónea para que se manifieste lo esencial: el sentimiento que reúne.

En estas circunstancias, pese a que no había ruta determinada de antemano, casi si quiera conciencia de a dónde íbamos, se sucedieron acontecimientos que no voy a nombrar “extraordinarios” sino como la lógica consecuencia de nuestro estado: rutas maravillosas improvisadas, pueblos acogedores, descubrimientos de ciudades encantadas a nuestro paso, entre bosques de sabinas y un regalo asombroso, como fue el paseo que nos llevó hasta el Monasterio de Bonaval y a la orilla del río Jarama. Allí cada una en un lugar distinto de la orilla, nos tomamos un tiempo de silencio y disfrute. No siempre que uno va acompañado ha de estarlo todo el tiempo. Por primera vez en dos años, amaneció un poema. Supe al instante que lo era porque es una fuerza de concentración especial que “habla” desde un estado de escucha y bienestar interno muy particular. Era para ella y a la vez para mi. Una suerte de revelación que resumió el tiempo compartido, ya en el viaje de vuelta cada una a su casa y trabajo.

Pasado un mes de aquello, me interesé por la historia del Monasterio, pues no es la primera vez que se cruza en mi camino un monasterio Cisterciense en circunstancias imprevistas similares y porque hacía tiempo quería conocer más acerca de las conexiones entre el Cister y la Orden de los Templarios. Comparto algunos extractos que he ido seleccionando de las lecturas. Lo esencial para mi ha sido comprender la conexión de aquella época con la vivencia absolutamente espiritual que tengo en encuentros con personas amigas, como Rocío, donde el tiempo del reloj se diluye siendo pasado y futuro una fuerza de conexión con el presente y la creación en el día a día. Valores tan cercanos a los que aquellos monjes revolucionarios y caballeros, se propusieron entonces. Nada ajeno y desde luego tan necesarios hoy en día. La renovación espiritual es un acontecimiento que nos concierne a todos. No exento de batallas (internas y externas) que de forma consciente e individual son colaboradoras de la renovación social y política que siento necesitamos como sociedad.

En 1164, el rey Alfonso VIII de Castilla entregó el valle en que actualmente se asienta el monasterio de Bonaval a un grupo de monjes cirtercienses para que lo habitasen velut precarium(prestado)​ repoblaran la zona y sirvieran como barrera ante una posible invasión musulmana, aunque en estos tiempos la Reconquista había avanzado y las fronteras con los musulmanes estaba bastante lejos. En 1175, en el monasterio de Fítero, Alfonso VIII cedió totalmente Bonaval a la orden y determinó las posesiones del monasterio. Los primeros monjes vinieron del monasterio de Santa María Valbuena de Valladolid. La extensión de las tierras monasteriales era, ya desde sus comienzos, bastante grande. Con el tiempo fue creciendo todavía gracias a las herencias de particulares e incluso por parte de la realeza. En 1224 Alfonso IX de León entregó una nueva heredad y en 1253, Alfonso X el Sabio confirmó todos los privilegios y donaciones de sus antepasados. Con las primeras reformas de la Orden, Bonaval perdió su carácter de abadía y fue incorporada a la Congregación Cisterciense de Castilla quedando bajo la jurisdicción de los monjes de Monte Sion en Toledo y convirtiéndose poco a poco en un lugar donde los monjes más ancianos se preparaban para morir.

En 1713 al acabar la guerra de Sucesión Española y con la victoria de Felipe V, le fue nuevamente reconocido a Bonaval su exención de pagos al Estado, confirmándole su posesión de territorios anejos. El monasterio no sufrió mucho en la guerra de la Independencia de España, por haber sido aquel territorio, aislado y poco castigado por los franceses. Sin embargo, fue afectado por el decreto de supresión de las órdenes monacales, publicado a comienzos del Trienio liberal (1821), que terminó con algunos antiguos monasterios, entre ellos el de Bonaval. Los monjes se retiraron a su casa madre, en Toledo, y el edificio fue vendido a particulares, que no se preocuparon de su conservación y propiciaron la ruina en la que se encuentra hoy.

El movimiento monástico Cisterciense nace en Francia a comienzos del siglo XI (1098), cuando un grupo de monjes revolucionarios del monasterio Cluniacense de Molesmes, abandona su comunidad para formar una nueva, en la localidad de Citeaux (Cister). La nueva orden se basa en los principios de abandonar todo signo externo de riqueza y en el propio trabajo para conseguir su subsistencia, será el famoso «ora et labora» que distinguirá a los monjes del Cister.El primer reformador del Císter fue San Bernardo de Claraval con quien comienza un imparable desarrollo durante el siglo XII. Los monasterios del Císter se situaban en zonas yermas o inhóspitas pero con abundancia de agua. Normalmente el sitio elegido era un lugar boscoso y aislado por montañas. Eran los propios monjes o laicos que trabajaban para ellos quienes roturaban y cultivaban estas tierras. La razón básica de esta ubicación era obtener el necesario aislamiento del mundo laico. Esta gran cualidad colonizadora de los cistercienses será especialmente útil en el solar hispano del siglo XII y comienzos del XIII, en el contexto de la secular pugna entre cristianos y musulmanes. La principal razón del mal estado -incluso la ruina avanzada- en que se encuentran bastantes conjuntos monásticos cistercienses es, precisamente, su alejada ubicación de núcleos urbanos. Tras la desamortización de Mendizábal del siglo XIX estos monasterios quedaron abandonados o acabaron en manos particulares que rara vez pudieron o quisieron mantenerlos.

Una revolución espiritual progresista: Los templarios y el Císter.

Según José Antonio Vázquez, no se puede entender el fenómeno cisterciense, del que el Temple es una manifestación, sin comprender la situación de la cultura y la sociedad europea en el momento de su nacimiento.

El siglo XII es un siglo fundamental para comprender la historia europea, en él se intentó llevar a cabo una revolución social y cultural progresista, por parte de una serie de movimientos místicos que hicieron una crítica a la sociedad feudal y a la Iglesia comprometida con ella.

La reivindicación de un culto contemplativo, sin acumulación de riquezas, pobre,  ajeno a vínculos con el feudalismo que suponía un deterioro social por la división estamental, el apoyo al proyecto imperial frente a una Iglesia que quería imponerse sobre la sociedad y frente a unos poderes nacionales que querían absolutizarse, fueron los ideales que dieron nacimiento al Císter y al Temple.

Tanto el nacimiento del Císter, como la idea de la cruzada tiene que ver con movimientos de transformación de la sociedad, que intentan generar un renacer espiritual en occidente, promoviendo una transformación eclesial y social. La toma de Jerusalén es el símbolo de la victoria de este proyecto. El Temple será la institucionalización de estos ideales y un instrumento para conseguirlos, apoyado por cistercienses y por los grupos esotéricos medievales.

Como explica Rene Guenon no hay duda de que en las órdenes de caballería existía un pensamiento esotérico vinculado al hermetismo, que les permitió servir de nexo de unión entre el Islam y la cristiandad, gracias a tener una visión ecuménica de tipo esotérico. Es por eso, que parte de la herencia templaria hay que buscarla en la masonería, la institución occidental actual heredera del esoterismo tradicional occidental. Por supuesto, asegura J.A. Vázquez, la masonería no es la continuadora de la orden del Temple en un sentido jurídico e histórico, pero sí que en ella se ha guardado lo poco que ha sobrevivido del esoterismo medieval, que tuvo en la orden del temple un lugar privilegiado.

Pero la experiencia central de la espiritualidad templaria no fue la experiencia esotérica, sino la experiencia monástica cisterciense, una experiencia mística centrada en el Amor y con un fuerte contenido de compromiso político y social. Una experiencia más allá de la religión institucional, no contraria a ésta, sino deseosa de su transformación y renovación. La experiencia que Císter trató de transmitir no era sólo una experiencia interna y espiritual sino una experiencia integral, que abarcaba a los ámbitos sociales y políticos, promoviendo una sociedad más fraterna, más democrática y solidaria, en la medida que las circunstancias de la época lo permitían.

Estos movimientos reformadores católicos fueron aniquilados progresivamente a medida que Roma se fue imponiendo sobre la sociedad y a medida que los poderes nacionales se fueron absolutizando, marcando la desaparición del Temple en el siglo XIV, el final de ese intento de reforma de la Iglesia y la sociedad, y la consolidación progresiva de una Iglesia autoritaria y unos poderes seculares alejados de los ideales espirituales y humanistas.

Si hoy existiera la orden del Temple y quisiera ser fiel a la misión que tuvo en su origen, tendría que representar un movimiento renovador, ecuménico, laico y acogedor, como el Temple histórico acogió el ecumenismo esotérico de su época. Hoy su misión sería ayudar a renovar la Iglesia y la sociedad, trabajando en una dirección progresista, apoyando la laicidad como ámbito común donde todos podemos convivir, con una visión ecuménica e interreligiosa que le haría promover el ir más allá de las religiones hacia la mística como meta a la que las instituciones religiosas deben estar subordinadas. La vigencia de esta orientación parece hoy tan urgente como lo fue en la Edad Media.

 

He escuchado el resonar del ónice

y la amatista en tu silencio,

¿construyes catedrales para le vuelo?

Te observo camino del templo enterrado

observando la transformación de tus gestos.

¿Qué se está elevando?

¿Qué renace desde tu erguido caminar?

¿Pilares ya tus piernas de un femenino sentir

que no cede a superflua entrega aún habiendo goce o ternura?

¿Aspiras ya a la recta vertical de las Sabinas o Aulagas, cruz

con la horizontal de los Espantapastores que repiquetean el campo?

 

Morada llama que alumbra, sin deslumbrar moradas

custodiada por humilde y tenaz talla

de hormiga mineral de pasados pasos.

Benditas huellas en las arrugas de tu risa.

 

Mientras yo, me atrevo a dejar fluir de nuevo

en la orilla del Jarama a esta voz renacida.

Recojo una pregunta del manantial que suena

entre el musgo y las piedras ¿qué significa ser humana?

 

Este gozo de servir manando desde la inmensa vasija ilíaca

asentada en la cuna de las caderas

escuchando vibrar desde los talones a la coronilla, rayos

expandidos desde el centro de la tierra, al centro del universo.

 

Centro del pecho atento a un pensamiento

que es conciencia de la infinita pequeñez que soy,

inmensa ligereza que se hace sólida y útil con esta Palabra

azul y verde cargada de sonido junto al río,

silencio dentro de mi para escucharla.

 

Bendito diálogo de la vida

recorriendo tramos del continente humano,

llamado hoy amistad, llamado siempre

libertad para ser humanas.

 

19 de septiembre del 2021

 

 

 

 

 

 

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