El primer fin de semana de este mes de octubre 2021, Ricardo paseaba cruzando la Vieja Estación de Santa Fé en su tierra natal, Zaragoza y escribió este bello texto que me envió para ser compartido. El no mirar con recogimiento cobarde el pasado sino con decisión nuestro presente e inexplicable futuro, son sin duda alguna el hilo conductor de nuestras acciones en relación a la Palabra y la Música que siguen reuniéndose en actos, recitales, talleres o artículos. Pasada esta pandemia, retomamos el paso creando puentes…

Cualquier construcción, aun aquellas surgidas desde el mal gusto o los avatares de la urgencia, adquiere una sobriedad misteriosa y una inesperada belleza cuando se nos presenta abandonada y en estado de ruina. Acaso porque sobre sus paredes se manifiesta la sabiduría de la naturaleza y el tiempo.

“Melancólica belleza, sí”, dirán, “propia de un esteticismo decadente”.

Todo lo contrario. Hoy día podemos comprender, deberíamos comprender con más lucidez, ese gusto romántico por las ruinas, ese misterio insondable que puede asomar en ciertos cuadros de J. V. Ruisdael, C.D. Friedrich o Böcklin, e inspiraría el niño Gaudí jugando en las ruinas de Poblet, entre piedras y hiedras, y árboles; a cual más vivo. No es mirar con recogimiento cobarde el pasado, deleitarse en las ruinas de un edificio vencido por el tiempo, es mirar con decisión nuestro verdadero presente y nuestro inexplicable futuro; es asumir que toda acción hunde su flecha en el mar del tiempo y que la libertad es sueño, como la vida, y esa derrota aparente esconde su verdadera grandeza: hacer y erigir con juventud certera e ingenua, para saber, que el tiempo y la madre naturaleza seguirá haciendo más allá de nuestros afanes y de nuestros recuerdos, y maternal y saturnalmente acogerá en su seno todas nuestras construcciones, invitándonos a habitarlas en plena verdad. Hacer, para dejar(nos) hacer; la libertad cruza el mar de las autonomías y las emancipaciones para orillar en el abrazo del amor, que de lejos se mostraba casi terrorífico y aniquilante. Hay que haber navegado hasta el final para asumir el naufragio como la tentación inevitable, para asumir la apuesta de ese Ulises liberado imaginario, o ese Narciso demasiado indiscreto, demasiado incomprendido. Hay que sumergirse para trascender, liberarse para dejarse abrazar por la vida y el tiempo.

El abandono sencillo y casi obsceno de las ruinas nos recuerda un olvido fundamental: la libertad y la acción no son la última respuesta, más bien el primer compás del arduo, fascinante camino del amor creador; del amor y la creación.

Ricardo Pinilla Burgos

 

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