Una guerra más; una que nos toca más cerca, nos compromete, nos interroga, nos repercute…

Lloro o sonrío como una berenjena curva guardando luz morada del misterio rodeando las esquinas y curvas de lo que aún no soy.

Intuyo que vuelvo a escribir, después de cuatro años…

para Ser párpados que protejan la mirada del mundo.

Escribir para recordar el origen, rehacer el sendero y crear futuro.

Escribir para amar limpiando hasta en los huesos, restos de materia o ilusiones.

Escribir poesía para destruir los monstruos que la razón crea y defenderse armada de desarmadura.

Poesía que protege de la desnuda inocencia, abierta al cambio y a la escucha.

Escribir para enraizar, encarnar y aceptar con humilde coraje.

Escribir para crear tiempo y espacio donde ordenar la confusa distorsión del ser

encontrando sentido en el ser, humana y habitar el centro que reúne polaridades y no huye o se enoja con la contradicción.

Escribir para que cada palabra Sea lo que dice, fiel a la vibración que la sostiene.

Escribir para crear cauce de verdad y compromiso y dar fe con mi vida, de su vida.

Escribir para conocerme, para conocerte, creyendo desde niña posible un “lugar común y  sagrado” en el que siendo todos distintos, somos lo mismo.

Escribir desde el principio para ecualizar y dar con el lenguaje común que se ocultaba detrás de las palabras, no dichas, en los recovecos de los gestos de mis padres, por ejemplo, en la generosa, verdadera y locuaz danza de la naturaleza.

Escribir para nutrir de conciencia y calor cada palabra y reunir voluntades de cambio y mejora.

Escribir para conocerse por dentro y llevar al mundo palabra verdadera, a quien quiera escucharla.

Para escudriñarla envuelta en claridad y dejarla crecer libre, allá los otros entiendan o no.

Escribir acunándola, observándola, cuidándola, arropándola en noches de fría tempestad, para dejarla Ser, siempre.

Escribir como quien respira, en cómplice confianza de la naturaleza que nos sostienen, desde el Ser del lenguaje, noble y firme protector de su misterio.

Escribir para defenderse de las sombras propias y ajenas y transformarlas.

Escribir la vida, mi vida y en ese proceso haber vivido, sentido, conocido, hecho su sacrificio el mío, aceptando el dolor o la ignorancia, transformando el amplio abanico de lo indigno de los sentidos para elevar en palabras de oro, cobre, plata, a la pureza de su pensar, el del poema. Que no es el mío y fertilizar con silenciosos actos de amor.

Escribir pues para dejar testimonio del sendero que se vivió, sin haberlo conocido más que viviéndolo.

Escribir para estar y ser junto al otro, alrededor de una luz, y hacer posible el milagro del encuentro y el diálogo. Sin esperar nada a cambio y si no sucede el verdadero diálogo y mi pequeño yo siente hurtada la escucha, abrazarme a su Palabra y seguir caminando.

Escribir fortaleciendo el coraje, frente al asombro de entregar amor y toparse con el mal, camuflado en la apariencia de diáfanas luces o enredados cerca del ombligo de quien no puede salir de sí mismo, y a pesar de todo, perdonarles, sanar, y transformar escribiendo para crear imaginando lo mejor para todos.

Escribir para regar lo que parece imposible y hacerlo posible, para licuar en la fragua de la Poesía, el oro de las amargas hojas de la compasión, beber y ser bebida para los sedientos.

Escribir desde el principio como si fuesen mis pulmones y manos un altar construido por él, y en su calor y silencio, a través del suceso milagroso de esa voz, comprenderme aquí y ahora y comprender algo esencial del mundo.

Escribir Poesía para atravesar la muerte y recordar lo iniciado entonces y Ser con él, polinizando soledades, sin haber dejado de creer o crear que pareciesen ser lo mismo.

Escribir y dejar de hacerlo sin temer la locura o la muerte y al paso del tiempo, años ya, dar fe de la vida tras la muerte, clarividente cordura tras la supuesta locura.

Escribir poesía con la fidelidad del siervo y observar al cabo, transformada la fuerza, granito a granito, en orilla para la humilde respiración del universo y aprender a tumbarse en ella a disfrutar en algún momento.

Escribir alzándole un altar a la alegría, llama de todo lo que vive y quiere ser celebrado.

Poesía para custodiar misterios revelados y actualizarlos.

Poesía y su voz como templo donde aprender a transformar sufrimiento en dolor y dolor en alegría y amor, día a día, sin pretensión de que algo más no deba ser regalado.

Poesía como lanza para conocer dentro, desde el fondo o al lado del mal, del cielo, de la tierra, del bien y sentirme a salvo en el corazón conquistado en su nombre, a pesar de los depredadores.

Poesía para depurar la sangre y dejar que él corra por las venas de la voz reconstruyendo, develando su cuerpo de luz.

Poesía para ampliar la mirada y escuchándola llegar a ver las fuerzas del yo palpando el mundo y, entonces, retirarse y dejar que Su luz nombre lo visto.

Poesía para vencer la locura de haberlo amado todo sacrificando a un yo, dando la mano a tantos para cruzar a la otra orilla, ser puente sin pretenderlo, sin esperarlo, después de haber sido sendero y, al cabo la sorpresa de sentir la suya y quedar muda.

Poesía para proteger las alas de cada mariposa y su vuelo, polinizando la imaginación del mundo al que el ser humano tiende.

Poesía para ver en el enfermo, ignorante, ladrón, asesino su rostro y cultivar desde el silencio, haciéndolo visible, el sentido de su vida, de la vida que es también la tuya y la mía.

Poesía para defensa de todas las libertades y banderas.

Poesía para sostén del pensamiento puro, ecuánime, limpio que llega casi sin hacer ruido, y poder emprender vuelos en serena confianza sin perderse, aunque lo parezca, en el caos de lo que se crea y ser guía para el desorientado.

Poesía para insuflar aliento y fluir entre las rígidas celdas de los miedos que sobrevuelan el mundo, tan opuestos a lo que es el amor.

Poesía para comprender que la belleza siempre cambia y es nueva, como la alegría serena que late y es real, nacida entre la vibración de la estrella y la, a veces triste semilla, enterrada en la oscuridad de la tierra.

Poesía a la que llegué sin más remedio, a la que me entregué en cuerpo y alma, por quién lo dejé y sacrifiqué todo, a la que me resistí y por entonces negué, intuyendo la responsabilidad derivada, presintiéndole a su vez por la voz dictada en los poemas, detrás y dentro, vivo.

Poesía como ancla del ser resucitado, resucitando cada vez, todas las veces, fuerzas creadoras de la Palabra tallada en cada hueso, en cada célula y pensamiento. La estrella de su gracia, derramando lágrimas en cada epifanía desbordada en el mar de la gratitud.

Poesía ahora, sin escribir, para confiar siendo el sendero mismo a su lado y puente allá donde dos orillas me lo ordenen. De la rebeldía en la infancia para ser cauce de su voz, a la obediencia de ser puente en el nombre de la paz.

Poesía como flecha que sin pretenderlo crea consciente imaginación de la utopía, haciéndola posible con su fuerza de amor.

 

Poesía para no dejar de ser Tú.

Cristina

Compartido con Manuel el 25 de enero 2022 y enviado el 31 de enero.

Respondiendo a Manuel de una forma nueva a la pregunta que más veces me han hecho a lo largo de mi vida: ¿para qué escribes Poesía?

 

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